Un resplandor cristalino
Notas para una adopción de la chaquira entre los wixaritari.
Juan Carlos Jiménez Abarca
El vínculo que se ha formado entre la producción artística del pueblo wixárika y la chaquira de cristal oscila entre el pasado reciente y la antigüedad. El origen de la producción y empleo de cuentas y abalorios para la confección de objetos y textiles por parte de los pueblos originarios se pierde en la noche de la prehistoria. Con todo, hay que reconocer que la configuración actual de las obras huicholes que apreciamos y admiramos son resultado de una labor colectiva, de mutuos intercambios e influencias entre comunidades locales y facilitadores externos (teiwari, es decir, personas no huicholes) que aportaron en el largo proceso de evolución y aculturación de hombres y mujeres wixaritari.
Mucho antes que las máscaras y esculturas cubiertas de chaquira aparecieran como formas dominantes de los oficios huicholes, las cuentas se emplearon para textiles de uso para la indumentaria cotidiana y ceremonial. Estaban hechas de barro, hueso, dientes de animales, piedras e incluso oro[1]. Los nierikates o discos de visión eran hechos con madera, de dimensiones más bien pequeñas y pintadas con distintos colores. En aquellos discos y jícaras sagradas se encuentra el germen de lo que hoy podemos ver en la obra que Marakame reúne colaborando con artistas huicholes vivos.
Las primeras cuentas de vidrio vieron América con las incursiones de Cristóbal Colón. Éste, siguiendo el ejemplo de comerciantes portugueses, introdujo el comercio de cuentas de vidrio en el continente y las convirtió en objetos predilectos entre “los naturales”. Hernán Cortés, en su primer encuentro con Moctezuma, colocó un collar de “margaritas” y diamantes de vidrio en el cuello del tlatoani mexica[2]. Por el oro y otros materiales preciosos de aquellos pueblos antiguos no solo se intercambiaron espejos, sino también formas insospechadas de materia cristalina que maravillaron a hombres y mujeres.
Por aquel entonces (siglo XVI) ya existían sitios en el mundo con tradiciones centenarias de producción de objetos de cristal y abalorios (cuentas redondas de vidrio para el ornamento), las cuales circulaban internacionalmente. Venecia, el Reino de Bohemia, el Imperio Austro-húngaro, la India y China eran los principales exportadores de este material –sobre todo de las cuentas pequeñas perforadas– que extendió su uso rápidamente durante los duros años de la Colonia de la Nueva España.
Muebles con incrustaciones de cristal de colores, lámparas y candiles, engarces en cuellos y pectorales de vestidos para las cortesanas y funcionarios, anillos, pulseras, aretes. Rosarios. Toda la cultura virreinal apreció y valoró la clara brillantez de los cristales, y los pueblos originarios no fueron la excepción. Como mercancía y objeto de intercambio, de las clases altas el cristal pasó a manos de la servidumbre y de ahí al ámbito popular. No son escasos los usos que esferas de cristal tienen como herramienta para la adivinación y las artes circenses, para el entretenimiento.
Cuentas y abalorios en la defensa “del costumbre”
El dominio territorial, la evangelización y el establecimiento del modo occidental de vida se desarrolló más rápidamente en la parte central de la Nueva España, y los territorios del norte y occidente fueron ocupados con mayores dificultades.
Si bien los primeros misioneros franciscanos no formaron parte de las primeras incursiones de exploradores españoles en territorio wixárika, es muy seguro que tuvieran contacto con los huicholes, a quienes durante un tiempo les llamaron xurutes, uzares o vizuritas en lugares como Tepic, Sombrerete, Fresnillo y Zacatecas, que eran puntos de rutas recorridas por los huicholes y otros indígenas en el comercio de sal[3]. Las incursiones que estos primeros sacerdotes católicos hicieron al territorio wixárika tenían el objetivo de catequizar, transformar los modos de vida y creencias tradicionales.
La primera “zona de contacto” establecida por frailes franciscanos (Andrés de Ayala y Andrés de Medina) ocurrió en Guaynamota, en 1580. La evangelización se topó con dos resistencias iniciales: los pueblos vizuritas no aceptaron “civilizarse” ni mucho menos establecerse en un solo lugar, como lo proponían los misioneros. Volvían a sus rutas y a la sierra, frustrando los esfuerzos sacerdotales, escapando de la conversión religiosa y conservando sus prácticas ancestrales.
Si hubo violencia en esa época, fue porque los pueblos originarios aceptaban la presencia de los frailes pero no la de los mineros que intentaron –por la fuerza y el abuso– explotar la tierra y sus recursos. Tras varios conflictos, el gobierno colonial reprimió a esos pueblos con un ejército de blancos e indígenas, tomando prisioneros, matando líderes y liberando al resto para volver a la sierra.
Esta compleja dinámica social se vivió durante siglos. De los hombres huicholes en 1620 fray Antonio Tello escribió que “en sus costumbres estaban tan gentiles como sus antepasados, porque no sabían doctrina cristiana, y se casaban con dos y tres mujeres, y traían gargantillas y zarcillos, y los cabellos tan largos que les llegaban a las rodillas y con corvas, aunque algunos los traían trenzados”[4].
Lázaro de Arregui, durante su estancia en la zona entre 1725 y 1728, atestiguaba de visita en los monasterios de Huejuquilla: “el ministro me trajo una rodela bordada de abalorios [cuentas circulares], que tenía en la mano un ídolo colocado en un nuevo templo que estaba fabricado en lo profundo de una barranca, con otros ídolos pequeños que eran propia representación del demonio […]”[5]
No todas las miradas externas fueron tan severas como para interpretar la “presencia del demonio” en las expresiones religiosas wixárikas. En 1848, pasada la Independencia mexicana, fray Felipe de Jesús María Muñoz, escribió que los habitantes de San Andrés Coamiata adoraban a los dioses de la naturaleza, el sol, la luna, el pollo, el venado, la vaca,
y otros monos y las figuras que le he podido encontrar […] en otros lugares escondidos […] En lo civil y en lo religioso parecen dimanar sus costumbres de las de los hebreos, ya sea en el modo de gobierno, ya en la celebridad que señalan ciertos días. La parte de superioridad la tienen a los viejos y éstos mandan aún a los que ejercen de jueces […] sus fiestas y solemnidades son en número y tiempo las mandadas por Dios a los israelitas, haciendo suplir la del cordero con la de aquellos que llaman del venado, la que tiene mucha similitud con las ceremonias de aquella.”[6]
Es decir, con el paso del tiempo aparecieron esfuerzos por comprender y aproximarse a la tradición wixárika desde la semejanza y puntos en común que tenía con las tradiciones hebraicas que heredó el cristianismo. Hacia finales del siglo XIX, los testimonios de cinco extranjeros en México arrojaron una nueva realidad sobre los huicholes: los capitanes británicos Basil Hall y G.F. Lyon, el noruego Karl Lumholtz, el francés Leon Diguet y el norteamericano Robert M. Zingg.
Basil Hall, en 1822, observaba en Tepic a un grupo de huicholes y los describió de la siguiente manera:
“Habían venido a comprar maíz y otros artículos […] Su vestimenta consistía en una burda camisa de algodón manufacturado por ellos mismos y un par de calzones de cuero, sueltos en las rodillas, y orlados con una hilera de borlas y unas cortas tiras de cuero; cada una, según me dijeron, representaba un artículo que pertenecía al portador: una era su caballo, otra su arco, otra más grande y más ornamentada simbolizaba a su esposa […] Varios llevan collares de cuentas blancas de hueso, la señal, según informaron, de que estaban casados […] Un anciano de poca estatura, que parecía muy divertido ante nuestra curiosidad, desvió nuestra atención hacia un centro de unos dos pies de largo, que asía en su mano, y a la piel de un pajarito de brillante plumaje, colgado de su rodilla izquierda: nos dio a entender que estos dos símbolos le pertenecían en calidad de jefe el pueblo […] No fue posible convencer al anciano de que se desprendiera de su centro ni de su pájaro oficial, tampoco logramos inducirlos a vender, a ningún precio, la parte de su vestimenta que representaba el inventario de sus posesiones y bienes muebles.”[7]
Para Karl Lumholtz –quien llegó a la región en 1895 con ánimo de explorador naturalista– la cultura huichol era producto de un desarrollo libre o casi libre de influencia externa. Sin embargo anotó algunos aportes del mundo “mexicano” y español al mundo wixárika: la introducción de la chaquira en la ornamentación y el mundo simbólico huichol, el paño de fabricación teiwari (palabra con la que se nombra lo no huichol), el ganado vacuno tanto en la vida secular como religiosa, la cría de ovejas y el uso de la lana; la aparición del eslabón de hierro en la vida cotidiana, en los diseños, los tejidos y en lo religioso (por su relación con el Abuelo Fuego); diversos instrumentos musicales, la manta, las agujas y algunos aspectos de la mitología cristiana incorporadas plenamente en la cultura indígena[8].
Ante la negativa de los huicholes a vender sus objetos personales, tanto Lumholtz como Leon Diguet elaboraron sus colecciones de objetos wixárika echando mano de diferentes estrategias, como la compra de objetos que fueron elaborados “a su gusto”, es decir, de acuerdo a habilidades artísticas wixaritari que pudieran coincidir con la estética teiwari. Diguet se convirtió en el primer promotor de artistas huicholes en el extranjero: para 1898 había invitado e instalado un matrimonio huichol en la calle Washington en París para vender artesanías.
El impacto de estos intercambios dio pauta para que algunos huicholes se atrevieran a producir un tipo de arte que pudieran comercializar sin correr el riesgo de ofender a sus ancestros. Los objetos producidos no tenían, entonces, un fin de ofrenda para antepasados o deidades, sino que eran artefactos elaborados “por encargo” para los teiwari.
Nuevas formas, nuevas visiones, nuevos artistas
El arte y “el costumbre” huichol adquirió reconocimiento público nacional e internacional hacia mediados del siglo XX tras una serie de sucesos que llevaron a personas de diferentes sociedades y culturas a una valoración positiva de lo wixárika. El primer caso lo representa Alfonso Soto Soria, museógrafo profesional mexicano, contratado por el gobierno de México a principios de la década de 1950, para desarrollar el primer proyecto del Museo Nacional de Artes e Industrias Populares (MNAIP). También se adentró en territorio huichol en compañía de Alfonso Villa Rojas, comisionado por el Instituto Nacional Indigenista (INI) para instalar en la región el Centro Coordinador Cora Huichol.
Soto Soria produjo dos exposiciones de arte huichol: una para el MNAIP de la ciudad de México (1954) y otra para el Ayuntamiento de Guadalajara, después de que el gobernador de Jalisco Agustín Yáñez le otorgara el Premio Jalisco a los huicholes en 1955, en el rubro de Arte.
Para que las exposiciones se produjeran en el concepto de arte y no de artesanías, Soto Soria introdujo algunas modificaciones a los materiales utilizados en la época. Cuenta que él llevó a la sierra chaquiras calibradas, estambres, cera de Campeche y tablas gruesas, de tres cuartos de pulgada de grueso, para que la apariencia fuera de madera de árbol, no industrializada. En las exposiciones, ambientó la presencia de las tradiciones mediante utilería, indumentaria y fotografías. Entre todos los objetos expuestos se encontraban bolsas de noche de chaquira y brazaletes, de las cuales Soto Soria pidió a los huicholes una colección para el Museo, motivándoles con diseños de punto de cruz que encontró en libros europeos y otras publicaciones.
La promoción pública de las artes huicholes tuvo un desarrollo importante a partir de entonces. Con el Plan Lerma de 1965 y la coordinación HUICOT (un plan de apoyo gubernamental para huicholes, coras y tepehuanos) de 1971 se buscó involucrar a instituciones gubernamentales para la venta y fomento de artesanías. El INI firmó un convenio en 1968 para que a través de la red de tiendas CONASUPO se hicieran llegar materiales para la manufactura artesanal y recolectar la producción para introducirla al mercado nacional. Las Casas de Artesanías de Jalisco y Nayarit, el Banco Nacional de Fomento al Comercio (BANFOCO) y FONART hicieron los propio para convertir en éxito económico el fenómeno del arte huichol. Con el establecimiento de carreteras y pistas de aterrizaje para aviones pequeños se abrió el camino para la entrada y salida de más personas y bienes de intercambio.
Un factor decisivo en el desarrollo del arte huichol y la percepción social de este pueblo originario fue el movimiento hippie, entre cuyos rasgos comunes (en Estados Unidos y otros países) se encontraban el uso de indumentaria colorida, búsqueda de estados alterados de conciencia, el rechazo a los valores materialistas de las sociedades modernas, la búsqueda de un retorno a la naturaleza y la admiración por estilos de vida indígenas, y la búsqueda de religiosidades alternativas.
Desde el movimiento hippie se propagó la idea de que los diseños del arte huichol provenían de una sabiduría chamánica y ancestral que atrajo rápidamente a numerosos seguidores.
El inicio de la venta masiva de arte huichol ocurre en la década de 1960, en la que el público norteamericano se interesó por las tablas huicholes de estambre, especialmente las obras de Ramón Medina, documentadas y comercializadas por el antropólogo Peter T. Furst.
La llegada a San Andrés Cohamiata del sociólogo canadiense Peter Collings en 1962 también fue un hecho relevante. Le maravilló el talento de los huicholes para adornar y bordar su ropa, los dibujos presentes en los collares y pulseras de chaquira, sus morrales y objetos sagrados.
Siguiendo el plan HUICOT, el gobierno mexicano construyó un Centro de Salud en San Andrés. Collings consiguió un equipo dental completo por donación de la UCLA, mismo que fue trasladado hasta la sierra en una avioneta prestada por el gobierno. También trasladó materias desde Estados Unidos para la producción artesanal: hilos, agujas, telas y especialmente chaquira producida en Bohemia, República Checa, ya que en Los Ángeles se encontraba un foco de comercio de esta mercancía.
Hizo un poco más: llevó refrigeradores a la comunidad, sembró manzanas y diversas hortalizas, compró un terreno en Tepic donde construyó un establecimiento para que los huicholes que bajaban de la sierra al médico o a trabajar pudieran dormir y establecerse varias semanas. De pronto, algo ocurrió.
Habiendo estudiado a otros grupos indígenas, Collings le platicó a Jesús Jiménez, un huichol, cómo en otras culturas hacían máscaras, y lo invitó a hacer una, después de algún tiempo, este wixarika fue el primero en hacer una máscara tallada en madera adornada con chaquira. Después, al verlo, otros empezaron a hacerlo. Pronto aprendieron y se empezó a trabajar en la elaboración de ese tipo de piezas. Esas primeras máscaras las llevó Peter a vender a Puerto Vallarta, su producción era muy lenta porque tallaban las caras en madera de higuera […] Además de las máscaras, sembraron jícaras que luego adornaban con chaquira y también vendían. Se empezó a manejar más artesanía, ya que no solo eran morrales, pulseras, collares, aretes; ahora también se hacían cuadros, adornaban jícaras y hacían máscaras. El canadiense juntó muchas piezas y fue a los Estados Unidos a hacer exhibiciones, consiguió clientes en San Francisco, Nueva York, Chicago, Los Ángeles, etc.[9]
Lo que sigue a este episodio es el crecimiento de producciones de máscaras y una gran diversidad de objetos cubiertos con chaquira calibrada por la que las artes huicholes son reconocidas en todo el mundo. Las diferencias estilísticas se dan por las elecciones personales de cada artista y por la profundidad variable de simbolismo y espiritualidad impresa en cada pieza.
El arte huichol y toda la tradición que los wixaritari manifiestan, tanto en las piezas que se comercializan como aquellas que no, un arraigo territorial y espiritual que resistieron abandonar bajo las difíciles circunstancias que la colonización y aculturación les presentaron a los pueblos originarios.
Por la conservación y defensa de su “modo de ser”, han contado con miradas que no solo se han acercado con interés de conocimiento, sino también de colaborar activamente en el desarrollo de talentos individuales y grupales.
Esta historia continúa. Marakame se vincula con las comunidades wixaritari y colabora con artistas wixárika para producir obras de alta calidad material, empleando chaquira checoslovaca, heredera de una tradición vidriera que se remonta a 1548 en el Valle de Cristal, en Bohemia.
Aún hay mucho por contar.
[1] María y Campos, Alfonso de, Las paradojas de los abalorios y otros cuentos. En Castelló y Mapelli, La chaquira en México, Museo Franz Mayer y Artes de México, 1988. pag. 11
[2] Castelló Yturbide, Teresa, La chaquira en México. En Castelló y Mapelli, ibid. pag 19
[3] Marín García, Jorge Luis. Rituales y arte huicholes: espacios de frontera entre la sierra y el pavimento, Tesis de doctorado, El Colegio de Michoacán, 2011. p.131
[4] Tello, Fray Antonio, citado en Marín García, Op. Cit. p.133
[5] Alberto Santoscoy, Obras completas, Tomo II, México, UNED, 1986. p. 41, citado en Marín García, Idem. p.134
[6] Beatriz Rojas (1992) pp 139–140. Documento del Archivo Histórico de Zapopan. Citada en Marín García, Op. Cit. p.135
[7] Hall, Basil, Voyage au Chili, au Pérou et au Mexique, vol. II, cap XII, Paris 1824, citado en Marín García, Op. Cit. p.138
[8] Marín García, Idem. pp139–140
[9] Marín García, Op. Cit. pp 159.
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