Diego Valles
Sobre una mesa del estudio que se abre desde el comedor hacia el resto de la casa, flanqueando una ventana que baña el espacio de una generosa luz natural, Diego pinta las ollas que él mismo fabrica. Desde aquí puede ver el exterior de su casa, el cerro, las plantas, las aves locales y las de migración. El cambio de las estaciones. La respiración está conectada con cada línea que traza con el pincel, sus largas cerdas permiten desplazar líneas rectas que se adaptan a la superficie curva del barro. El uso cromático es económico, dedicado a la simbología y los remates, el cuerpo interior de las formas delineadas.
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Abandonó el camino de la ingeniería en maquiladoras para emplear por entero su formación profesional aplicada a la producción cerámica. Desde la recolección del barro, el diseño y levantado de las piezas, la pintura y el quemado, todos son procesos de manufactura que pueden optimizarse, mejorarse. El ingenio, sin embargo, no está desprovisto de poesía: se nutre del conocimiento y una cultura amplia, de la sensibilidad ante el paisaje y sus criaturas, de un gran amor por su tierra, su comunidad y su historia –la cual estudia, discute y promueve continuamente–.
Forma parte de una generación de renovadores de la cerámica en Mata Ortiz que incorporan nociones conceptuales y de diseño a sus piezas, haciéndolas narrativas, evocadoras de ideas, más allá de la quieta ornamentación. Las formas que traza en la piel del barro que ha pasado por sus manos imprimen dinámicas circulares que guían la vista hasta completar la circunferencia, como lo hacían los antiguos, como lo hacen artistas jóvenes como él.
Diego apuesta sin dudarlo por la capacidad creativa de la gente en Mata Ortiz. Por ello no solo se esfuerza por conseguir la excelencia cerámica individual, también promueve acciones colectivas para la formación y profesionalización de nuevos talentos, clínicas y talleres de producción, conservación del patrimonio cultural local y cooperación para la comercialización del arte suyo y de sus colegas.
